jueves, 8 de julio de 2010

Un soleado día de Julio




Corría mediados del mes de julio. El sol brillaba ya casi decayendo por el lejano Oeste. A la sombra de un pequeño Manzano, un niño de 10 años devoraba ansiosamente las páginas de una novela de literatura fantástica.

Ese mismo día era su cumpleaños, por ello, antes de dar comienzo a la gran fiesta de celebración sintió las ganas de compartir con el mundo las aventuras de su libro.

De esta forma sorprendió a nuestro jóven amigo la melodía silbada de una hermosa canción. Sonaba cerca del camino a menos de 10 minutos del Manzano bajo el cual se hallaba él, cabizbajo, soñando las aventuras de sus héroes.

Se concentró en el sonido. No sólo era un silbido. Había algo más en aquella dulce melodía. Sonaban también los cascos de un raudo corcel al galope. El niño se acercó al camino, entusiasmado con ver de nuevo a tan fabuloso cuadrúpedo. Habían pasado lo
menos diez meses desde que viese al último caballo en la vida real.

Al llegar a interrumpir el itinerario del corcel y su jinete, se sorprendió muy gratamente. No se trataba de ningún Caballero errante, ni de un imponente Guerrero, tampoco de un gran señor. Era tan sólo una hermosa niña, la cual tendría más o menos su edad.

Los últimos rayos de sol del día iluminaban su silueta, explendida, ergida sobre su hermosa montura. Ella mirò los profundos ojos de nuestro protagonista, el analizó su mirada, le resultaba muy conocida, demasiado familiar.

De pronto la amazona descabalgó dulce y suavemente, se acercó a él y le besó. Fue un beso tierno, largo, maravilloso, del cual nuestro amigo nunca más podría olvidarse.

Tras el beso, la chica miró los profundos ojos del infante, y tras un momento que parecía ser interminable, dijo:
- "llevaba 10 años esperando éste momento, Jon.

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