domingo, 1 de febrero de 2009

Las Justas De San Andrés


Tiempo hacía que no tenía lugar una celebración tan importante cerca del lugar en que habitamos. Unas justas de tal envergadura no se podían dejar pasar y Jon tenía pensado, desde ya hacía algún tiempo, que esta fuese su primera vez. Hacía ya más de 5 años que estaba entrenándose para tal meta, la cual le permitiría llegar a ser un gran caballero, tal y como años atrás hubiera hecho su padre.


El chico ensilló su corcel su más esbelta bestia, negro azabache, con las riendas y los herrajes en color rojo, característico del escudo de armas de su familia, un lobo alado domesticado por una hermosa dama.


Tras terminar con su corcel, decidió que había llegado el momento de su preparación. Se vistió su armadura, sus guanteletes, afiló su mandoble, sacó brillo a su hermoso yelmo y finalmente cabalgó hasta la basta llanura en la cual tendría lugar la celebración de las justas.


Cuando llegó allí, fue recibido con toda clase de vítores, anunciándole como el futuro guardián de sus tierras, aclamándole y deseándole la mayor suerte posible.


Toda la multitud estaba con Jon, pero alguien a quien él no esperaba ver allí, apareció de repente. Una muchacha preciosa, tal vez la más bonita de las mujeres hasta entonces vista. Era alta, morena, de ojos verdes y con unos rasgos tan sumamente delicados que recordaban por entero a una muñeca de porcelana.


Al verla, nuestro aventurero, descabalgó rápidamente para ir a abrazarla, sentía deseos de apretarla entre sus brazos, acariciarla nuevamente, besarla, fundirse junto a ella hasta constituir, entre los dos, un único ser.


Habían pasado exactamente 5 años desde que ambos muchachos, con poco más de 15 años, estuviesen jugueteando junto aquel arroyo claro y rápido, pero los sentimientos de ambos seguían tan vivos como el primer día.


Los dos jóvenes se miraron fijamente a los ojos, casi desnudándose el uno al otro con la mirada, y de pronto se fundieron en un beso tan tierno y apasionado que hasta el más molesto de los pajarillos entonó un melodioso cántico.


Al día siguiente, las justas estaban saliendo a las mil maravillas. Jon, mientras reflejaba en su mente la viva imagen de su amada, luchaba con su mandoble de doble filo contra toda clase de contrincantes.


El combate final fue el más duro de todos los vistos en la historia de las justas. Ambos contrincantes lucharían cuerpo a cuerpo en un pequeño anfiteatro. Jon bailaba sobre sus dos pies, consciente de que el más mínimo resbalón podría costarle muy caro. Su oponente era un caballero fornido, como un armario de tres puertas, con un hacha de doble filo, y una expresión asesina en su rostro. Alzando el brazo derecho por encima de su cabeza, ejecutó un golpe tan rápido que el hacha cortó el aire con un silbido, pero algo había ocurrido, el joven Jon no estaba allí, y Theoden estaba seguro de haber dirigido su golpe hacia él. Cuando el grandullón levantó la cabeza, vio que todo había terminado para él. En frente suya tenía a la joven más bella que jamás hubiese visto, mirándole entre la multitud, con ojos compasivos y una sonrisa tan radiante que brillaba por sí misma. En su hombro, Theoden, notó por primera vez el peso de la espada de Jon, quien en aquel momento se agachó junto al caballero, le dio una palmadita en el hombro y le dijo:


- Mi gran señor, habéis sucumbido a la magia de una mujer y no ante mi destreza como luchador, no sienta por ello humillación alguna, este torneo es suyo. Usted es quien lo ha ganado.


Al oír sus palabras, Theoden cogió su hacha del suelo, lo limpió y se lo entregó a Jon diciéndole:


- Jóven muchacho, eres el caballero más noble que jamás he conocido, el más rápido con la espada, pero tu arma más temible, la que te permitirá ganar todas las batallas, y salir victorioso de todas tu aventuras, no debes buscarla en tus brazos, sino en tu corazón. Has conocido a una persona maravillosa, por si no lo sabes es mi hija, y el amor que ambos sentís mutuamente os hará invencibles. Te entrego mi hacha, pues digas lo que digas, tú, hijo mío y no Theoden, ni su hija, son los justos ganadores de este torneo.


Cuando el fornido caballero terminó su discurso Jon estaba confuso. Al mirarle fijamente a la cara descubrió la semejanza existente entre dos seres tan nobles, Theoden y Arya eran dos seres tan sumamente iguales que Jon no supo como no se había dado cuenta mucho antes del parentesco que les unía.


Desde entonces, en su gran corazón cabalgan dos nuevos jinetes, una hermosa dama sobre una loba alada de pelaje blanco, y un hombre, tan fuerte y vigoroso con Jon siempre había deseado, que cabalga sobre el mejor de los caballos jamás visto.


Como de su propia lectura se observa, en un día tan indicado como hoy, he decidido contaros una historia, ficticia, con algún rasgo de realidad, pero ante todo, se caracteriza por expresar, ocultos entre sus líneas, ciertos sentimientos que estaban en ese “Rincón de mi corazón”.

No hay comentarios :

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...