lunes, 18 de abril de 2011

UNA FIGURA ENCAPUCHADA....

La lluvia apedrea sin piedad los adoquines de la Calle de los Zapateros, sin cesar, produciendo un sordo y rítmico lloriqueo en los sumideros del alcantarillado.

Una figura encapuchada, siniestra, espera en la esquina del mercado, al fondo de la calle, bajo la incesante lluvia primaveral. Siempre  le ha gustado la lluvia, sobre todo al verla caer sobre sus hombros. Se siente limpio bajo ella. Su madre siempre le dijo que la lluvia purifica a los infelices y que aquellos que huyen de ella lo hacen por ignorancia o por vagancia.

La tormenta se incrementa a pasos agigantados, en la calle comienzan a formarse verdaderos ríos, que discurren sobre el adoquinado de la plaza del mercado. La Calle de los Zapateros, cual Rambla de Barcelona, drena el exceso de agua en la Playa de Felicidad.

Desde la ventana de su casa, un hombre enjuto, de unos 60 años, observa descaradamente a la encapuchada figura. Siempre le recuerda a alguno de los personajes de su ingente biblioteca. Le ve pues, como un asesino a sueldo a veces, otras como un hombre siniestro presa de su pasado, o simplemente como un detective secreto o un miembro de la inteligencia del país.

Pasa las horas bajo la tenue luz de una farola, lo cual le da un aire de misterio y cierto parecido con un demonio andante. Daniel, pues así se llama nuestro viejecito, piensa en qué podrá estar pasando por aquella encapuchada cabeza, que enfunda su cuerpo en una capa color negro, con el forro rojizo. Hace tiempo que pasaron los carnavales y esa figura le desconcierta por momentos.

El encapuchado es un personaje de la noche. El otro día, Daniel escuchaba a su amigo, El Zapatero, hablar de la figura encapuchada al amparo de dos copas de Coñac Carlos III. Él, nunca antes le había visto en la ciudad, hasta hoy, hasta este preciso instante. Apareció con la lluvia, mirada sombría, su cara sumida en las sombras, pasos ágiles, formando un caminar tranquilo y pausado. El caminar típico del hombre sin prisa, unos pasos que en un palacete abandonado helarían la sangre del propio Cid Campeador o de Napoleón Bonaparte.

A Daniel se le apetecía un café, con unas gotitas de esa botella de coñac oculta en la despensa. Pero él sabía que no eran más que sueños. Desde la muerte de La Bernarda a manos de la Espondilitis Anquilosante y un ataque al corazón se ve sumido en la más remota pobreza, tanto económica como espiritualmente. Ha pasado a ser un hombre desgraciado, considerado incluso peligroso, vestido de mendigo mientras tocaba en la plaza del mercado un ajado violín a cambio de alguna limosna que le ayudase a subsistir. Su pata de palo y sus problemas de espalda, acompañados de su Psoriasis le han cerrado las puertas de todos los lugares, excepto la de su amigo, El Zapatero, que de vez en cuando aún se sienta a su lado y le invita al cine, al teatro, a dar paseos o a una copita de  coñac en el único bar del pueblo donde Paco puede entrar.

Daniel, cansado ya de mirar por la ventana decide acostarse. Se dirige a su vieja cama, ahora tan fría y ruinosa, mientras recuerda su nidito de amor, el lugar en que él y la Bernarda pasaban cada noche. Desde la ausencia de la mujer de su vida, la casa huele a soledad, a abandono, pero sobre todo, a melancolía. Daniel la recuerda a cada paso que da por el pasillo. Cada leve recuerdo de su amada le acerca más y más a su tormento, dormir toda la noche en una cama fría, desamparada y solo.

Una vez que nuestro viejecito se acostó, la figura encapuchada desapareció de bajo la farola, ya sin ser visto por nadie. Siempre esperaba este momento para entrar en acción. El momento en que todas las luces de la calle de los Zapateros se apagan.

De pronto en la noche, Daniel, oye un ruido sordo en su ventana. Asustado salta de la cama, tratando de buscar un escondite. Tiene verdadero miedo. Sobre la mesa de su cocina, fuera aún de su vista hay un paquete, envuelto cuidadosamente. Por la Calle de las Hilanderas, a paso veloz desaparece una figura encapuchada, dirigiéndose a su próximo objetivo.

En la cocina, un tembloroso y asustado Daniel procede a abrir el paquete recién llegado. No sabe lo que es, el miedo atenaza todos sus músculos. Al final termina de desenvolver el paquete. Sobre la alacena hay un paquete de azúcar, dos litros de leche, un paquete de café y una botella de Carlos III.

Daniel se asoma a la ventana del salón. Ha dejado de llover y la figura encapuchada ha desaparecido.

7 comentarios :

  1. Mmmmm, estupendo como siempre.

    Muy delicado el tema de la soledad de los ancianos cuando después de muchos años en común, uno de la pareja fallece... Me parece tan triste...

    Un abrazo!

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  2. Mmmm no estoy muy segura de qué regustillo me deja este relato en concreto. Me gusta, está bien escrito, pero creo que me quedo un poco a medias, ¿quién es este encapuchado? También me da bastante pena de Daniel, me recuerda a alguien que conozco.
    Me gusta la historia, pero quiero saber más de estos dos personajes, ¿van a volver a aparecer?

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  3. Puede que vuelvan a apecer, puede que no, nunca lo se. ¿Quién es el encapuchado? Jejeje tampoco lo se. Los creyentes pensaran en Dios, los solidarios pensaran en una buena persona, pero nadie lo sabe, es el misterio.

    Miriam, me alegro de que te haya gustado el post. Gracias por leer y comentar.

    Un abrazo a ambas, queridas lectoras.

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  4. Buena pluma. Felicidades.
    Con el permiso del blogger, estoy promocionando un blog donde publico una novela en capítulos. Se aceptan sugerencias. Gracias

    Una Calle Al Pasado

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  5. Gracias Fernando. Me alegro mucho de que te haya gustado el relato. Tal como te he dicho hace un minuto por e-Mail, puedo ayudarte un poco a promocionarlo.

    Un saludo

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  6. Me gusta el final, no me lo esperaba y me dejó una sonrisa en la cara jeje. Que sigas escribiendo relatos por mucho tiempo!

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  7. Me alegro de que te haya gustado Sasu. Seguiré escribiendo poco a poco, tratando de llenar todas estas páginas en blanco de éste enorme universo que es Internet.

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